04 noviembre, 2007
EL COLORANTE
Hace un momento apenas, recién despertado, y medio en la tierra medio en el cielo todavía, recordé de repente la plenitud de aquel verano del 2005, si no me equivoco.
Andaban mis pies por una pequeña isla mediterranea, de cuyo nombre no consigo olvidarme. Tenia cocina y nevera a gas, kayak para navegar y lo mejor de todo, no había vecinos ni rastro de civilización que pasara por delante de mi refugio, además era gratis. El caso es que obedeciendo un mensaje del altísimo vino a por mi la urgencia de hacer una paellita al sol de aquel Julio tan especial. Creo que estaba a la otra punta de la isla, pero eso tampoco era impedimento para mis deseos. Como poseído por tamaña empresa cogí mi bicicleta y la puse a 1oo (inadaptación de la mítica canción de Obús), adelantando varios descapotables deportivos y algún que otro Mclaren si no recuerdo mal, no se aun como no me pillo el radar. Entre en el Mercadona como Aníbal entro en Iberia directo a por las colas de rape y demás condimento destinado a la cuestión. La encargada de la sección de pescadería quedo impresionada con mi diligencia, yo sin embargo estaba cegado con mi paellita. Enganche la bolsa de plástico al manillar de la bici y de puro rápido casi me salgo de la isla.
Tras abandonar el vehículo en el matorral adecuado me esperaban unos metros de piedra caliza que mis pies ya se sabían porque habían hecho el transito de pies de ciudad (o bailarina), a pies de lince (o parecido). Sin demora alguna cogí la paella cual espada de Demócles y tras apenas dos minutos al fuego de mi cocina de gas eche al recipiente todos los condimentos. El garrofón (que rima con Vodafone)adquiría poco a poco su color, el rape despedia un olor afrodisiaco, aunque apenas tengo olfato así era. Llegados al momento tomate frito el cerebro segregaba ya químicas que los científicos pasan vidas estudiando. El movimiento de cuchara de madera dibujaba abstracciones en el sofrito. Y que decir del arroz señores. para un valenciano como el que aquí narra este relato no hay mayor aberración que ver como se vierte sin consideración alguna en la mayoría de los casos,resultando un plato apelmazado normalmente.
El caso es que tras dejar hervir un buen rato todo y dispuesto a darme una orgía culinaria decidí dar el toque final con un poco de colorante que había encontrado en un sobre por allí. Abrí el sobre de color naranja, aunque un poco menos naranja de lo que suele ser, la verdad. No repare en dicha diferencia, estaba en una nube, arrebatado que se dice.
Pero llegamos ahora al punto critico. El primer indicio de negligencia lo dio una capa espesa de color muy naranja, que flotaba por encima de todo cual chapapote del Prestige. A la sospecha de que algo no iba bien siguió una flacidez de músculos faciales y ligera perdida de control emocional. Fue entonces cuando mis instintos mas básicos de dirigieron al sobre de colorante causa de aquel mal irremediable ya, por suerte no estaba en árabe ni japones, estaba en castizo castellano y bien claro que decía: colorante para escayolas y superficies lisas.
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3 comentarios:
¡Casi me muero! Se me estaba haciendo la boca agua con tanto detalle sobre la preparación de esa magnífica paella y cuando leo el final... Todavía no se me ha quitado la sonrisa de la cara.
Besos cocinero.
Azafrán. querido, azafrán...El colorante amarillea los dientes y con el que pusiste, la dentadura quedaría postiza!
¡¡¡Para escayolas!!! Es para matarte...aiss, con lo que me gusta a mí la paella. Ha estado divertido :D
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